viernes, 13 de diciembre de 2013

ESOS FABULOSOS AÑOS 40´s

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No me refiero a la década del apogeo del Swing ni del natalicio de los “Baby Boomer”, porque esa  fue más bien una década decadente (valga la cacofonía y la redundancia), ya que al vestirse de luto con la segunda guerra mundial, desvistió la vileza más baja de la humanidad… pero eso es una triste historia.


De los 40´s a los que me refiero, es de los míos, los personales, mis propios y únicos 40´s. Si señoras y señores, niños y niñas, mozuelos y mozuelas, confieso que me está gustando esto de ser un viejo cuarentón por fin. Costó llegar, casi no llego por culpa de mi hígado, pero aquí estoy. Sonriendo con mis cachetitos inflados y casi sin ninguna loquera de esas que dicen que nos trae la andropausia, o al menos eso creo yo.


Repaso mi historia y tengo “flashazos” fulgurantes de momentos que quedaron tallados en la piedra de mi memoria. Me parece recorrer ese pasillo de la casa de mi abuelo “Guayo” en una de las grandes reuniones familiares en Semana Santa. Puedo oler los deliciosos aromas que brotan de los platos calientes y yo desde abajo, solo veo los dedos de las tías sosteniendo con habilidad las viandas suculentas, mientras asoman por un lado del plato, sus ojos vivaces y pendientes de no quemarnos a nosotros los pequeños estorbos.  


Corro para salir al patiecito y me encuentro con la alegría de los tíos, los primos mayores y sus parejas, conversando con mi abuelo sobre cosas que no entiendo, mientras don “Moi” opina con su paz y esa voz que se me figura como de filósofo griego. Busco a los primitos y a mis hermanos y están allí, en el cuarto de la tele, riendo a carcajadas porque  alguien pronunció mal y dijo algo vulgarmente chistoso. Salimos corriendo a la calle y vemos pasar a don Felipe con sus tamborcitos de colores y su eterna sonrisa nos dice “¿Qué tal patojos?”. La Tía Martina nos llama a comer y como no hacemos caso nos dice entre dientes: “Chiquitillos”. Se sonríe mientras sus ojos grises son condescendientes con nuestra malacrianza.


Me veo en otro día jugando  mientras Isabel la muchacha que nos ayudaba en casa, planchaba la ropa o mejor dicho, bailaba con ella mientras en el tocadiscos rojo de mi padre, escuchaba  y cantaba “Vamos al Noa Noa… Noa Noa… Noa Noa…” moviendo la cabeza de un lado al otro y yo me divertía, especialmente cuando llegaba la parte de “Este es un lugar de ambiente, donde todo es diferente, donde siempre alegremente bailaras toda la noche alliiiiiii...” e Isabel planchaba otro ratito.


Vuelvo a viajar a Pachalúm, a compartir con las tías, los tíos, primos y primas, en ese encuentro esporádico con mis raíces y las sensaciones maravillosas de gracia bucólica que tanto aportaron a mi vida.  


Siento de nuevo la alegría de la llegada de mi madre, con sus exhortaciones y consejos, disfruto las ocurrencias de mi padre y me fortalezco con la complicidad de mis hermanos. Recuerdo la primera vez que vi al amor de mi vida, y la escuché con ese acento extraño, la conocí, fuimos amigos, y después enamorados. Vuelvo a vivir la indescriptible emoción y la perplejidad del nacimiento de mi hija, sus logros y detalles y todo ese amor que me brinda cada día.


Estos primeros cuarenta años han sido maravillosos, fenomenales y llenos de fragmentos,  algunos difíciles, otros no tanto pero cada uno de ellos de vital importancia para mí. He de reconocer que  recuerdo con más amor esos momentitos de la vida en que explotaban sentimientos, que cuando compré mi primer carro por ejemplo.


Y es que desde niño vi este mundo con ojos de expectación, con mirada de videograbadora, de recolector de sentimientos y emociones. Mi alma siempre se alimentó de las cosas más básicas, y durante los años que quise sofisticar su dieta con banalidades, se engordó sin proporciones. Afortunadamente Dios en su infinita sabiduría, me pone a dieta de vez en cuando y más aún si  ve que mi desorden alimenticio espiritual puede ser irreparable y me permite regresar poco a poco a lo que realmente es importante, a lo sencillo que puede ser virtud.


¡Ahhhh estos cuarenta han sido buenos!, bendito sea Dios por permitirme llegar hasta aquí, sé que hice muchas cosas mal, pero también sé que si cada día es una nueva oportunidad para hacer las cosas mejor, cada década lo es también.


¡Así que salud pues muchá! Especialmente a los contemporáneos, y para no amargarles el ratito, otro día les escribo algo sobre el examen de la próstata.







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