No me refiero a la década del apogeo del Swing ni del natalicio
de los “Baby Boomer”, porque esa fue más
bien una década decadente (valga la cacofonía y la redundancia), ya que al
vestirse de luto con la segunda guerra mundial, desvistió la vileza más baja de
la humanidad… pero eso es una triste historia.
De los 40´s a los que me refiero, es de los míos, los personales,
mis propios y únicos 40´s. Si señoras y señores, niños y niñas, mozuelos y
mozuelas, confieso que me está gustando esto de ser un viejo cuarentón por fin.
Costó llegar, casi no llego por culpa de mi hígado, pero aquí estoy. Sonriendo
con mis cachetitos inflados y casi sin ninguna loquera de esas que dicen que
nos trae la andropausia, o al menos eso creo yo.
Repaso mi historia y tengo “flashazos” fulgurantes de
momentos que quedaron tallados en la piedra de mi memoria. Me parece recorrer
ese pasillo de la casa de mi abuelo “Guayo” en una de las grandes reuniones
familiares en Semana Santa. Puedo oler los deliciosos aromas que brotan de los
platos calientes y yo desde abajo, solo
veo los dedos de las tías sosteniendo con habilidad las viandas suculentas,
mientras asoman por un lado del plato, sus ojos vivaces y pendientes de no
quemarnos a nosotros los pequeños estorbos.
Corro para salir al patiecito y me encuentro con la alegría
de los tíos, los primos mayores y sus parejas, conversando con mi abuelo sobre
cosas que no entiendo, mientras don “Moi” opina con su paz y esa voz que se me figura
como de filósofo griego. Busco a los primitos y a mis hermanos y están allí, en
el cuarto de la tele, riendo a carcajadas porque alguien pronunció mal y dijo algo vulgarmente chistoso.
Salimos corriendo a la calle y vemos pasar a don Felipe con sus
tamborcitos de colores y su eterna sonrisa nos dice “¿Qué tal patojos?”. La Tía
Martina nos llama a comer y como no hacemos caso nos dice entre dientes: “Chiquitillos”.
Se sonríe mientras sus ojos grises son condescendientes con nuestra
malacrianza.
Me veo en otro día jugando mientras Isabel la muchacha que nos ayudaba en
casa, planchaba la ropa o mejor dicho, bailaba con ella mientras en el
tocadiscos rojo de mi padre, escuchaba y
cantaba “Vamos al Noa Noa… Noa Noa… Noa Noa…” moviendo la cabeza de un lado al
otro y yo me divertía, especialmente cuando llegaba la parte de “Este es un
lugar de ambiente, donde todo es diferente, donde siempre alegremente bailaras
toda la noche alliiiiiii...” e Isabel planchaba otro ratito.
Vuelvo a viajar a Pachalúm, a compartir con las tías, los
tíos, primos y primas, en ese encuentro esporádico con mis raíces y las
sensaciones maravillosas de gracia bucólica que tanto aportaron a mi vida.
Siento de nuevo la alegría de la llegada de mi madre, con
sus exhortaciones y consejos, disfruto las ocurrencias de mi padre y me
fortalezco con la complicidad de mis hermanos. Recuerdo la primera vez que vi
al amor de mi vida, y la escuché con ese acento extraño, la conocí, fuimos
amigos, y después enamorados. Vuelvo a vivir la indescriptible emoción y la perplejidad del
nacimiento de mi hija, sus logros y detalles y todo ese amor que me brinda cada día.
Estos primeros cuarenta años han sido maravillosos,
fenomenales y llenos de fragmentos, algunos difíciles, otros no tanto pero cada
uno de ellos de vital importancia para mí. He de reconocer que recuerdo con más amor esos momentitos de la vida
en que explotaban sentimientos, que cuando compré mi primer carro por ejemplo.
Y es que desde niño vi este mundo con ojos de expectación,
con mirada de videograbadora, de recolector de sentimientos y emociones. Mi
alma siempre se alimentó de las cosas más básicas, y durante los años que quise
sofisticar su dieta con banalidades, se engordó sin proporciones. Afortunadamente Dios en su infinita sabiduría, me pone a dieta de vez en cuando
y más aún si ve que mi desorden
alimenticio espiritual puede ser irreparable y me permite regresar poco a poco
a lo que realmente es importante, a lo sencillo que puede ser virtud.
¡Ahhhh estos cuarenta han sido buenos!, bendito sea Dios por
permitirme llegar hasta aquí, sé que hice muchas cosas mal, pero también sé que
si cada día es una nueva oportunidad para hacer las cosas mejor, cada década lo
es también.
¡Así que salud pues muchá! Especialmente a los contemporáneos,
y para no amargarles el ratito, otro día les escribo algo sobre el examen de la
próstata.
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