Guate pareciera surrealista: Tan hermosa como compleja de entender.
El viernes iniciamos los trámites para formar parte oficial de la Diáspora Guatemalteca. En realidad es solo un formalismo porque yo ya no estoy en esta Guatemala desde que alguien me exigió a pensar. (O digamos que al menos no quiero estar).
Estábamos varados a las 11:45 en la esquina de la 7ma. Avenida y 9na. Calle de la zona 1, gracias a una manifestación de maestros organizada por un tal Joviel. Todo el tráfico se detuvo, permanecíamos en silencio con los motores apagados viendo pasar a uno que otro policía y a muchos profesores rurales que parecían sin rumbo. De pronto, sobre la 8va. Avenida, emergió un torbellino de cientos de maestros corriendo y gritando no se qué cosas.
Aparecieron de repente algunos vendedores con carretas de construcción o canastas llenas de bolsitas de agua pura y uno que otro bocadillo; sonreían por la oportunidad de generarse unos centavitos extras en esta ola de descontento docente formada por personas utilizadas para no sé qué fines.
Algunos edificios de la zona 1 me parecen bonitos. No así el edificio “El Centro” en cuya banqueta un grupo de maestras con viseras en las cabezas y morrales atravesados, conversaban cansadas y desanimadas… o más bien tristes y casi tan ajenas a la “protesta organizada” como nosotros. Pensé en los años en que quise ser maestro y sin meditarlo dije “De la que lo salva Diosito a uno” y me pasó por la mente que es muy probable que con ese mismo ánimo estas maestras den las clases en sus aulas. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Ese es resultado del poco valor que en el país se le da a todo lo que sirve a su recurso más preciado: Los niños y la juventud.
En la esquina, a nuestra derecha, un anciano tocaba un saxofón desafinado y triste. Aunque él se veía hasta cierto punto emocionado porque mucha gente iba y venía, sin embargo en su palanganita no cayeron muchas monedas.
Entré como en otra dimensión gracias a esa mescolanza de imágenes y sonidos (Edificios, gente, gritos, carretas, maestras hablando, gorgoritos de policías y de manifestantes y sirenas de las patrullas sonando de vez en cuando) pero fui violentamente regresado a esta dimensión guatemalteca, porque comenzaron a arrancar los motores de los carros que lograban ir contra la vía sobre la 9na. Calle y tuve que reaccionar tan pronto como fue posible.
Ya de regreso quise pasar a ver al Buki a la sexta avenida para ver si me tenía alguna de las películas chafas que le encargué, pero era tarde y nuestra hija nos esperaba en el colegio.
Después de ver caer a la alta cúpula de la policía por tumbar drogas, el caso Rosemberg, el robo de armas al Ejército, entre otras noticias nacionales, este debe ser el único lugar del universo en el que ves las cosas reales y pareciera que estás viendo un extraño cuadro de Max Ernst.
El viernes iniciamos los trámites para formar parte oficial de la Diáspora Guatemalteca. En realidad es solo un formalismo porque yo ya no estoy en esta Guatemala desde que alguien me exigió a pensar. (O digamos que al menos no quiero estar).
Estábamos varados a las 11:45 en la esquina de la 7ma. Avenida y 9na. Calle de la zona 1, gracias a una manifestación de maestros organizada por un tal Joviel. Todo el tráfico se detuvo, permanecíamos en silencio con los motores apagados viendo pasar a uno que otro policía y a muchos profesores rurales que parecían sin rumbo. De pronto, sobre la 8va. Avenida, emergió un torbellino de cientos de maestros corriendo y gritando no se qué cosas.
Aparecieron de repente algunos vendedores con carretas de construcción o canastas llenas de bolsitas de agua pura y uno que otro bocadillo; sonreían por la oportunidad de generarse unos centavitos extras en esta ola de descontento docente formada por personas utilizadas para no sé qué fines.
Algunos edificios de la zona 1 me parecen bonitos. No así el edificio “El Centro” en cuya banqueta un grupo de maestras con viseras en las cabezas y morrales atravesados, conversaban cansadas y desanimadas… o más bien tristes y casi tan ajenas a la “protesta organizada” como nosotros. Pensé en los años en que quise ser maestro y sin meditarlo dije “De la que lo salva Diosito a uno” y me pasó por la mente que es muy probable que con ese mismo ánimo estas maestras den las clases en sus aulas. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Ese es resultado del poco valor que en el país se le da a todo lo que sirve a su recurso más preciado: Los niños y la juventud.
En la esquina, a nuestra derecha, un anciano tocaba un saxofón desafinado y triste. Aunque él se veía hasta cierto punto emocionado porque mucha gente iba y venía, sin embargo en su palanganita no cayeron muchas monedas.
Entré como en otra dimensión gracias a esa mescolanza de imágenes y sonidos (Edificios, gente, gritos, carretas, maestras hablando, gorgoritos de policías y de manifestantes y sirenas de las patrullas sonando de vez en cuando) pero fui violentamente regresado a esta dimensión guatemalteca, porque comenzaron a arrancar los motores de los carros que lograban ir contra la vía sobre la 9na. Calle y tuve que reaccionar tan pronto como fue posible.
Ya de regreso quise pasar a ver al Buki a la sexta avenida para ver si me tenía alguna de las películas chafas que le encargué, pero era tarde y nuestra hija nos esperaba en el colegio.
Después de ver caer a la alta cúpula de la policía por tumbar drogas, el caso Rosemberg, el robo de armas al Ejército, entre otras noticias nacionales, este debe ser el único lugar del universo en el que ves las cosas reales y pareciera que estás viendo un extraño cuadro de Max Ernst.
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