Una noche de estas (no se si por
las ingenuas fiestas patrias o por la nostalgia de acordarme estos días, que fue
en un septiembre de principios de los 80`s cuando me paré sobre un asfalto
recién colocado y mis zapatos de la escuela —si, esos, los del uniforme—, ganaron
tres centímetros de altura) soñé que
estaba degustando un distinguido y nutritivo vaso de Caldo de Frutas de
Salcajá. Su color era magnificamente rojo y su figura tan
atractiva, aunque plástica, tanto que podría ser una
digna muestra del Pop Art de Andy Warhol.
Lo tomaba fuertemente con mi mano
y después de un silencio casi ceremonial, lo acercaba a mí mientras olfateaba
ese aroma dulzón-etílico que me mareaba placenteramente. Sorbía un poco, lo sentía
dentro de mi boca, lo jugaba con mi lengua mientras me ardían las papilas
gustativas y podía sentir ese exquisito sabor ancestral del occidente de mi
patria, lo tragaba para sentir su calor en mi estómago y repetía la operación.
Y así continué con sorbitos
pequeñitos para que nunca se acabara (y además porque la etiqueta no lo permite
de otra manera, al menos para una bebida que lleva tanto tiempo y esfuerzo en
su elaboración) y con cada trago me repetía con esa voz interna de silencio
profundo con la que suelo hablarme cuando pasan las cosas más trascendentales
de la vida:
"Esto no es de acá de Costa
Rica —sorbía un poco—. Lo he probado antes y no es de Costa Rica…—sorbía otro
poco—. Podría jurarlo NO - ES - DE - COS - TA - RI -
CA"—sorbía un poquito más...
Me encontraba en esos menesteres
de catador profesional salcajense, cuando desperté un poco babeado —realmente
poco para tan deliciosa bebida y todos los traguitos que le logré pegar... o tal véz por eso—,
comencé a “bajar libros” para recordar cuando fue la última vez que tomé caldo
de frutas y un torrente de pensamientos me acompañó hasta el amanecer.
Concluí entonces, ya resignado y convencido, que estoy padeciendo el "síndrome de
abstinencia de la patria" —con sudoraciones, deshidratación y delirios de persecución incluidos— y diez minutos después, me lo confirmó el infeliz despertador.
Esta foto no es mia, la tomé de por allí.