jueves, 20 de junio de 2013

El Dia del Maestro



Estaba yo elucubrando (¡Esa nigua!) sobre las fechas que siempre olvido y definitivamente una de ellas es, a pesar de tener familia de esta noble profesión, el día del maestro. Posiblemente mis maestros se sentirán defraudados y resentidos, pero ¡¡Momento!! Bajámele el volumen a tu tono papayito/mamayita o lo que fueres! El defraudado y resentido debiera ser yo.

¿Acaso…? (me pregunto vacilante, con ojitos húmedos y  quijada temblorosa) ¿no era responsabilidad del maestro inculcar en mi cabecita de teflón, los hábitos necesarios para tener procesos intelectuales adecuados pues? Es más, si hubieran hecho bien su trabajo otro gallo me cantaría, o quien sabe si en lugar de gallo, me cantarían ruiseñores. Pero no, acá estoy escribiendo babosadas en   lugar de hacer ensayos científicos que sirvan de algo a esta perturbada humanidad. Pero me calmo  tranquilo papayito, vos podés… seguí pues (me doy palmaditas en el hombro porque no me llega la mano a la espalda, respiro y sigo).

Como primer punto (como dicen las maestras en los actos cívicos) les digo que esta celebración si me trae varios recuerdos. Uno de ellos es que mi primera maestra de lo que en aquellos años llamábamos “Parvulitos” se llamaba Rosita, igual que mi madre, yo feliz, aunque no mucho pues casi arranco los barrotes del portón el primer día de clases.

Además recuerdo que cuando me tocaba entrar a la primaria, ninguna de las maestras me quería recibir, todas me miraban con el rabito del ojo porque era muy bajito de estatura  y pensaban que aún no tenía la edad. En una de esas,  mi santa madre se acordó que tenía otros dos patojos en la casa y que no podía pasar allí todo el día y comenzó a gritar “¡Recíbalo seño, no ve que él ya sabe leer y escribir!” entonces se dejó venir la jauría de maestras despepitadas codeándose unas a otras, se jalaban las greñas ochenteras, salían volando algunos tacones quebrados, mientras se decían obscenidades y todo por obtener mi papelería. 

Ahora parece exageración pero recordemos que en aquellos tiempos en las escuelas rurales, a los pobres patojos se los llevaba la tiznada porque no era obligatoria la preprimaria, además muchos iban sin desayuno y con suerte su primera comida del día era el vaso de Incaparina a media mañana. Con razón algunos comenzaban a leer y a escribir hasta casi terminando el primer año, y muchas veces, hasta que terminaban por tercera vez, el primer año. Por todo eso, aquella fría mañana de enero yo me convertí en objeto de deseo de aquellas mujeres.
 
La maestra que ganó la titánica competencia, cuyo premio iba a ser mi intelectualidad en ciernes (¡Sá Nigua!... ¡¿Les Llegó?!), fue la seño “Flori”. Después se pavoneaba  toda orgullosa por todo el patio, dándose aire con mi papelería y mirando de reojo a las otras maestras, les cerraba un ojito y les decía con la boca bien pintarrajeada: “Losers” se ponía besos en el dedo índice y se los lanzaba como premios de consuelo.

 Ya más entrado en años,  sufrí el trauma de cambiarme de escuela y fui a parar en quinto y sexto con el profesor Maco, que era tan pero tan sui generis (por no decir huevón) que me ponía a mí a calificar los exámenes ¡Habrase visto! Todo bajo el pretexto de que este humilde servidor  era el mejor de la clase, entonces me calificaba el examen y si tenia que corregir algo (rara vez, modestia aparte) lo corregía y ya con eso yo calificaba los tanatales de exámenes de todos mis compañeros.

 Vieran la chingadera preguntándome sus notas y otros más avivaditos, pidiéndome  que les pusiera buenas algunas respuestas malas a cambio de algún regalo. Gracias a Dios no tengo sangre de político, porque seguramente hubiera hecho una fortuna en trompos, capiruchos, yoyos, Tortrix, Ricitos, estampas de álbumes u otros objetos de valor sagrado e incalculable.

Como sé que están ocupados preparando los actos cívicos para su día, me voy despidiendo, porque en realidad estoy exagerando un poco, y  esto es nada más por fastidiarlos un ratito, ya que cuando estuve en sus clases casi nunca les di mucho qué hacer. 

Por eso les mando  desde este humilde sitio, mi más sincera felicitación a todos los maestros y maestras por seguir esta noble profesión que nunca será  valorada con justicia y mucho menos remunerada como debe ser. En ustedes está la esperanza de nuestras lúgubres sociedades, así que muy atentos por favor, necesitamos que enseñen a los patojos a pensar y no a memorizar, para que tal vez ellos puedan resolver estos enigmas que nuestras generaciones no han podido ni comenzar a desenredar.

Ojalá tengamos muchas Marías Chinchilla, que dieron hasta su vida por el don del Magisterio, a esta noble maestra no podemos dejar hoy de homenajearla y darle gracias.

 Un sincero abrazo y mi agradecimiento a todos los maestros en general. Me voy porque tengo que ir a ayudar a mi hija con las tareas,  a ver si ahora si aprendo algo. Saludos pues.


lunes, 3 de junio de 2013

De Lengua y Paladar



Desde que soy parte de la “Diáspora” (aunque a muchos esa palabreja no les guste) me he ido acostumbrando a  tantas cosas que antes me eran ajenas y las voy viendo como propias, y a decir  verdad, me va bien.  Claro que no puedo negar que la patria siempre llama, especialmente en ocasiones como hace poco que estuve por cuestiones de trabajo en  “El Tirol” acompañando a hacer unas reparaciones, y en eso me llegó un aroma a “Revolver”  (Revolcado pues, para que vean que aún me acuerdo de los apodos de las comidas) que hasta se me hizo agua la boca. Pero allí vamos… allí vamos.

También mi paladar se ha “atiquizado” (del verbo “acostumbrarse a comer comida de Tiquicia” y no un sinónimo de “Fustigar”) porque ahora ya me gusta comer pejibayes y me encanta el  tamal asado, el  tiquizque, el  ñampí (o como se escriba), el refrescante ¡¡churchil!!,  y ni que se me ponga enfrente un picadillo en cualquiera de sus presentaciones, especialmente mi favorito que es el de “Arracache” y más especialmente aún si lo hace doña Carmen, tía de  Lilli, que es para decirlo en dos platos, el mejor picadillo de arracache que este chapín ha podido probar.

 Todavía me cuesta un poco comerme los “Tacacos” y honestamente no me pasa el “Patí” también confieso que no puedo comer “Gallo pinto” por mas de 4 días seguidos, pero sé que lo lograré. En realidad es muy  rica la comida en Tiquicia y la vamos pasando de maravilla, especialmente porque existe la “Olla de Carne” que es muy parecida a mi añorado “Caldo de res” y si de  “ollas de carne” se trata, la que hace mi suegra es la mejor que he probado por estos lares. Este sería el mejor plato que cocina mi suegra, de no ser porque le queda mucho mejor aún la “Lengua en Salsa” en eso si que es espectacular.

Como el paladar está en la lengua, aprovecho a reconocer que me costó acostumbrarme a decirle “Chayotes” a los güisquiles, “pascón” a los coladores, y “flor de Itabo” a la flor de izote…  pero todavía me está costando mucho, mucho más,  decir “palomitas de maíz” a los Poporópos, pero eso es más por rebeldía que otra cosa.

Me niego rotundamente a decir “palomitas de maíz”, me niego, me niego y me niego… al menos en mi casa donde aquellas son bilingües (hablan “Tiquicio” avanzado y “Chapín” elemental, muy pero muy elemental, ya que no dicen las malas palabras tan sonoras que forman parte del lenguaje) y me entienden o eso dicen. 

Así que durante las frecuentes piyamadas que organiza mi hija no comemos “palomitas de maíz” no, no y no, nos hacen daño. Comemos PO PO RO POS.  ¿Y cómo voy a renunciar a esta palabra, si suena tan alegre, tan bonita, tan “onomatopéyica”? que para mí es una de las palabras más sonoras de mi desnutrido y cadavérico acervo cultural.

PO PO RO PO, bonita palabra. Algunos dicen que se deriva de “Pop Corn”   pero son pajas, para mi, que el que les puso así, le pasaba las nuestras ( Advilio, mis hermanos y yo) que nos tocaba  comprar en el mercado el  maíz para poporópos y hacerlos en olla de peltre (despeltrada, casi siempre) y cuando ya estaban unos minutos en el fuego, comenzaba la tronadera pues, PO PO RO PO… PO PO RO PO… PO PO RO PO y así hasta que dejaban de sonar y nos los devorábamos en menos tiempo de lo previsto. ¡Alegre! ¿Va muchá?!

Además casi siempre que me los como, me recuerdo que una vez escuché junto con mi padre la obra mas conocida de Gershon  Kingsley llamada “Pop Corn” (toda una institución en música electrónica) y mi viejo,  con su modulada vos y arqueando un poco las cejas me dijo: “Esa canción es la de los poporópos”. Cuando la escuché, podía imaginar los poporópos saltando desesperadamente dentro de la olla de peltre y nuestros oídos muy atentos esperando que la intensidad de los golpes despeltrados bajara para poder comenzar a comer.

Mi infancia, el sonido, los recuerdos, la palabra en si misma, y las charlas con mi padre, son razones de mucho peso para negarme a dejar de llamar POPOROPOS a estos  deliciosos maicitos reventados. 

Allí les dejo la mentada cancioncita pues y a disfrutar de los POPOROPOS ¡Buen provecho!