Estaba yo elucubrando (¡Esa nigua!) sobre las fechas que
siempre olvido y definitivamente una de ellas es, a pesar de tener familia de
esta noble profesión, el día del maestro. Posiblemente mis maestros se sentirán
defraudados y resentidos, pero ¡¡Momento!! Bajámele el volumen a tu tono
papayito/mamayita o lo que fueres! El defraudado y resentido debiera ser yo.
¿Acaso…? (me pregunto vacilante, con ojitos húmedos y quijada temblorosa) ¿no era responsabilidad
del maestro inculcar en mi cabecita de teflón, los hábitos necesarios para
tener procesos intelectuales adecuados pues? Es más, si hubieran hecho bien su
trabajo otro gallo me cantaría, o quien sabe si en lugar de gallo, me cantarían
ruiseñores. Pero no, acá estoy escribiendo babosadas en lugar de hacer ensayos científicos que
sirvan de algo a esta perturbada humanidad. Pero me calmo tranquilo papayito, vos podés… seguí pues (me
doy palmaditas en el hombro porque no me llega la mano a la espalda, respiro y
sigo).
Como primer punto (como dicen las maestras en los actos
cívicos) les digo que esta celebración si me trae varios recuerdos. Uno de ellos
es que mi primera maestra de lo que en aquellos años llamábamos “Parvulitos” se
llamaba Rosita, igual que mi madre, yo feliz, aunque no mucho pues casi arranco
los barrotes del portón el primer día de clases.
Además recuerdo que cuando me tocaba entrar a la primaria,
ninguna de las maestras me quería recibir, todas me miraban con el rabito del
ojo porque era muy bajito de estatura y pensaban
que aún no tenía la edad. En una de esas, mi santa madre se acordó que tenía otros dos
patojos en la casa y que no podía pasar allí todo el día y comenzó a gritar “¡Recíbalo
seño, no ve que él ya sabe leer y escribir!” entonces se dejó venir la jauría
de maestras despepitadas codeándose unas a otras, se jalaban las greñas
ochenteras, salían volando algunos tacones quebrados, mientras se decían obscenidades
y todo por obtener mi papelería.
Ahora parece exageración pero recordemos que en aquellos
tiempos en las escuelas rurales, a los pobres patojos se los llevaba la tiznada porque
no era obligatoria la preprimaria, además muchos iban sin desayuno y con suerte
su primera comida del día era el vaso de Incaparina a media mañana. Con razón
algunos comenzaban a leer y a escribir hasta casi terminando el primer año, y muchas
veces, hasta que terminaban por tercera vez, el primer año. Por todo eso, aquella fría mañana de enero yo me convertí en objeto de deseo de aquellas mujeres.
La maestra que ganó la titánica
competencia, cuyo premio iba a ser mi intelectualidad en ciernes (¡Sá Nigua!...
¡¿Les Llegó?!), fue la seño “Flori”. Después se pavoneaba toda orgullosa por todo el patio, dándose aire con mi
papelería y mirando de reojo a las otras maestras, les cerraba un ojito y les decía con
la boca bien pintarrajeada: “Losers” se ponía besos en el dedo índice y se los
lanzaba como premios de consuelo.
Ya más entrado en
años, sufrí el trauma de cambiarme de
escuela y fui a parar en quinto y sexto con el profesor Maco, que era tan pero
tan sui generis (por no decir huevón) que me ponía a mí a calificar los
exámenes ¡Habrase visto! Todo bajo el pretexto de que este humilde servidor era el mejor de la clase, entonces me
calificaba el examen y si tenia que corregir algo (rara vez, modestia aparte)
lo corregía y ya con eso yo calificaba los tanatales de exámenes de todos mis
compañeros.
Vieran la chingadera preguntándome
sus notas y otros más avivaditos, pidiéndome que les pusiera buenas algunas respuestas malas
a cambio de algún regalo. Gracias a Dios no tengo sangre de político, porque
seguramente hubiera hecho una fortuna en trompos, capiruchos, yoyos, Tortrix, Ricitos, estampas de álbumes u otros
objetos de valor sagrado e incalculable.
Como sé que están ocupados preparando los actos cívicos para
su día, me voy despidiendo, porque en realidad estoy exagerando un poco, y esto es nada más por fastidiarlos un ratito, ya
que cuando estuve en sus clases casi nunca les di mucho qué hacer.
Por eso les mando desde este humilde sitio, mi más sincera
felicitación a todos los maestros y maestras por seguir esta noble profesión
que nunca será valorada con justicia y
mucho menos remunerada como debe ser. En ustedes está la esperanza de nuestras lúgubres
sociedades, así que muy atentos por favor, necesitamos que enseñen a los
patojos a pensar y no a memorizar, para que tal vez ellos puedan resolver estos
enigmas que nuestras generaciones no han podido ni comenzar a desenredar.
Ojalá tengamos muchas Marías Chinchilla, que dieron hasta su vida por el don del Magisterio, a esta noble maestra no podemos dejar hoy de homenajearla y darle gracias.
Ojalá tengamos muchas Marías Chinchilla, que dieron hasta su vida por el don del Magisterio, a esta noble maestra no podemos dejar hoy de homenajearla y darle gracias.
Un sincero abrazo y
mi agradecimiento a todos los maestros en general. Me voy porque tengo que ir a
ayudar a mi hija con las tareas, a ver
si ahora si aprendo algo. Saludos pues.